28 de septiembre de 2011

Lo malo de dejar entrar en nuestras vidas a alguien, es saber que el tiempo les otorga una importancia irrevocable, y que después de todo, ellos terminarán llendose, olvidandonos. Hay cosas que se pierden para siempre aunque muchas otras vuelvan con el pasar de los meses. Hay dolores, que se alojan y se quedan con nosotros hasta cuando creemos que se han ido. En mi vida, generalmente, las cosas simplemente se evaporan. No se van porque nunca estuvieron, no se quedan porque evidentemente no quieren hacerlo. Es complicado, siempre me dicen lo mismo, solía creelo pero luego comprendí que era una excusa que los eximía de mi compañía, de mi presencia agobiante. Me regalaría si pudiera la capacidad de borrarme como ellos, como todas aquellas personas que pasaron por mi vida; o siquiera poder seguir a alguien sin perderme en el camino. Sin quedarme sola. Estoy agotada de dar posibilidades, chances, de creer en las palabras, en los gestos, en las miradas. No hay nada que duela tanto como jactarse de que a nadie le duele lo que a uno lo mata. A nadie le importa hasta que uno, se va.

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